miércoles, 4 de enero de 2012

Un día cualquiera, un hombre común por Jose Alegria.

Un día cualquiera, un hombre común.
-Señora, ese es mi asiento.
-Lo siento pero yo me subí primero y no me voy bajar.
-Señora, este es mi asiento, vea en el boleto, ahí dice 22.
-No veo bien, y diga lo que diga, no me voy a mover, ya soy una mujer de edad.

El resto de la gente aparentaba no molestarse por el incidente, de hecho nadie aparecía para zanjar el problema. La impotencia no era menor en la cabeza de Marco, la mujer ostentaba prepotencia y patronaje, lo trataba con aires superiores. Marco trabajaba en una fábrica, y sin más estudios que los necesarios para leer y escribir, se había acostumbrado a ser el que recibe las ordenes y los gritos, una vida destinada a ser secundario. Le habían cerrado las puertas y escupido muchas veces, solo contaba con algunos momentos de poder, por ejemplo al comprar un pasaje de bus, su número, el 22, la edad que tenía cuando murió su padre, la edad en que se tuvo que hacer cargo de una familia, cábala estúpida, incluso para él, pero era la instancia para elegir, para ser libre.

-Señora, siempre viajo en este asiento, por favor, busque otro, el bus no está lleno.
-Busque uno usted, no sea roto, respeta a los mayores.

Probablemente Marco habría buscado otro asiento, pero no soportaba que esa mujer lo tratara de esa forma. “Respeta a los mayores” sonaba casi como “respeta a tus superiores, rasca, pobre, negro, quien eres tú para exigirme algo”. Marco trataba de contenerse y no gritar, trataba de mantener la cordura en una situación tan estúpida, discutir por un asiento, y con un bus que no está lleno. Podría sentarse en casi cualquier otro asiento, pero no, en su mente se repetía la idea de “pagaste por ese número, es tu numero, nadie tiene derecho a quitártelo, y menos por un caprichito de anciana”.

-Señora no me obligue a sacarla.
-Lo haces y llamo a carabineros y te vas preso por atacar a una mujer de edad, además que quedaras como un cobarde. Atacar a una vieja como yo.

Las cosas parecían salirse de control cuando el hombre que corta los boletos aparece, un muchacho flaco y diminuto. Al lado de Marco, insignificante, al lado de la mujer, pues el sirviente perfecto. Indudable que la parcialidad de este juez estaba clara desde el comienzo del pleito, el hombrecito podía reconocer a su dueña. Algo en su genética lo hacía disminuirse frente a los superiores, algo lo instalaba en la total sumisión.
-¿Qué pasa? ¿Algún problema?
-La señora se sentó en mi asiento.
-Yo me subí antes, tengo derecho sobre este asiento, vengo viajando ya casi una hora, y este joven se está subiendo recién, además es joven y se ve trabajador y vigoroso, no le debiera molestar el sentarse en otro lugar.

Hasta este momento, ya no era una pelea de a dos, el resto de los pasajeros tomaba palco y pasión, el bus no ha salido a la hora, y parece que tardara, no se puede partir cuando dos pasajeros están discutiendo, si bien con respeto (aparente respeto), también con bastante fuerza. Ahí es cuando aparecen las artimañas aprendidas con los años. En la lucha, la mujer cambia notablemente el tono de voz, antes era la patrona, altanera y humillante, ahora era la abuela, nadie podría llevarle la contra, nadie que haya tenido una abuela, una que haya querido, la dulce ancianita, la de cuento infantil, pura hipocresía.
-Señor ¿Por qué no se sienta en otro lugar? Al final son todos iguales, y así podemos partir.
Marco se le acerca al hombre, hablándole en tono lastimero, se mezcla la impotencia y la rabia, con vergüenza, hasta bajarse del bus había pensado -Compré el pasaje ayer, para irme en el 22 y no para sentarme en otro lugar, me gusta este asiento, siempre lo uso, y si alguien, quien quiera que fuera, se sienta en el, siempre actúa como alguien educado- Mira a la mujer –y busca otro asiento, no quiero ser yo el que busque otro asiento, me quiero sentar aquí ¿Cómo lo podemos arreglar?

La paciencia empezaba a colmarse, hay que reconocer que otra persona en su lugar habría explotado, pero Marco estaba llevando la situación como un caballero, otro habría colapsado ante las miradas de la gente del bus, ante la nula ayuda del hombre que corta los boletos y por supuesto, ante el desprecio ofrecido por esa mujer. Marco pensaba en las veces que tuvo que soportar abusos, cuando niño y sus compañeros se reían por traer zapatos y pantalones parchados, cuando adolecente y tuvo que soportar la vergüenza al llevar a sus parejas a una casa armada con desechos y en la periferia. Pero el peor momento fue su precoz adultez, y soportar empleos con jefes imbéciles, incapaces de ver a los empleados como humanos, tipos que no conocían la palabra empatía. Cuanta contención, cuanto abuso, cuantos momentos de silencio. Esta no podía ser una más de esas contenciones. No podía salir de ahí sin lo poco y nada que podía controlar en su vida, el asiento en el que viajaría a su hogar, el numero 22, la edad que tenía cuando cargó con el peso de la familia, hermanos pequeños y madre inútil con vocación de esclava. No podía aceptar que una mujer que ya ha vivido, que ha mandado, que ha humillado, se lleve una de las pocas cosas que le pertenece.

-Señora, le voy una oportunidad para que salga de mi asiento si no…
-¿Sino qué? ¿Me vas a golpear? No me extrañaría ese comportamiento, de un roto como tú, señor -diciéndole al hombre que corta los boletos –le exijo que baje del bus a este marginal. Deberían controlar la calidad de la gente que viaja en este línea, se está llenando de rotos, baje a este delincuente y partamos, apúrese.

Esas palabras, el desprecio y la frialdad, lo necesario para que un hombre tratado siempre con la punta del pie, sin amor, sin respeto, perdiera la compostura, esas palabras, marginal, delincuente, activaron los años de abusos, los años de maltratos, una sociedad indolente canalizándose en una violencia que estaba por explotar.
Sin aviso o mediación tomó a la mujer por los cabellos, y con la mano libre la abofeteó con rabia, el hombre que corta los boletos se abalanzó sobre los fuertes brazos, pero su físico no fue el suficiente para detener la golpiza, otras personas querían ayudar a la mujer, pero no había espacio para enfrentar a Marco, también hubo indiferentes, parecía que a la mitad de los pasajeros les hacia cierta gracia que golpearan de esa manera a la anciana. Marco no estaba dispuesto a detenerse, los golpes eran cada vez más duros, los gritos de la mujer podrían graficar una curva descendente, empezaron de manera muy suave, transformándose en gritos desesperados, para concluir en inaudibles lamentos. El rostro hinchado y sanguinolento, nariz quebrada, espacios vacios en la boca, la ropa ajada, y los nudillos de Marco llenos de sangre, la imagen perfecta para irse al infierno sin juicios ni trámites. Tomó a la mujer bajo su brazo, el cuerpo diminuto y quebrado era dócil frente a sus fuertes brazos, la mujer parecía pesar aire. Salió con ella del bus, ya la policía había sido alertada y lo esperaban en la estación, frente al bus.

-Suéltala, estas rodeado, no tienes nada que hacer, no tienes que seguir con esto, déjala ahora y entrégate, nadie quiere hacerte daño, aunque estamos dispuestos a usar nuestras armas si no la sueltas.
No decía nada, solo pensaba en que no podían seguir abusando de él. Traía a la mujer bajo el brazo, quejidos salían del pobre cuerpo, sin duda la anciana seguía con vida y con un trato rápido, los médicos podrían salvarla, pero Marco no pensaba en la salud de la mujer, solo pensaba en lo que le habían quitado y en las veces que lo pisotearon.

Los recuerdos le llenaban la cabeza, pensó en el momento que fue a verla, en un barrio que no le correspondía, cuando una patrulla lo detuvo y le pidió los documentos, este no los tenía –Apuesto que andas robando- así que lo subieron al carro, estuvo tres días en una celda, junto a criminales y prostitutas, de alguna manera la sociedad le estaba diciendo que ese era su lugar, al lado de la miseria, de los desechos. En ese momento la anciana golpeo el suelo, haciendo pensar al publico que todo había terminado, pero solo sucedió para cambiar el tipo de agarre con el que dominaba a la mujer, ya no la tenía bajo su brazo, ahora la sostenía firme de los pelos, amenazándola con patearla si trataba de soltarse. Todos los ojos sobre él y su víctima, todos los ojos, niños, mujeres, hombres impotentes, Marco estaba siendo libre y controlador, nadie podría humillarlo, nadie podría pasar sobre él. La vida de una mujer estaba en sus manos y nadie se atrevía a nada, veían en sus ojos las ganas de matar, hasta la policía, con sus armas, se sentía impotente, solo se limitaban a decirle con fuerza que la dejara a un lado y se entregara, pero Marco estaba vivo, por primera vez respiraba, no era elegir el asiento del bus, sino que era darle la oportunidad a alguien para continuar con su existencia.
En un instante miró a la mujer, la que parecía muerta, aunque respiraba.

-Todo esto se habría evitado si me hubiera entregado el asiento, ahora mire como ha quedado, yo no lo siento- y arrodillándose para hablarle de cerca –esto es solo su culpa.

Marco deja con mucho cuidado a la mujer y levanta las manos. Era la señal que esperaban algunos policías para acercarse con esposas mientras otros apuntaban con sus armas. Todo parecía haber terminado, todos respiran, se escuchan suspiros, todo era paz hasta que Marco gira nuevamente hacia la mujer, semiinconsciente, y con la misma furia desatada en el bus, empieza a propinar fuertes golpes de pie en la cabeza y el resto del cuerpo, la policía se abalanza hacia él, es brutal el forcejeo, Marco se sentía inmortal y todo poderoso, podría enfrentar a cualquiera.

Las manos se perdían, y ya eran varios policías sobre Marco, algunos golpes de palos y de botas, los puños también se perdían. En un intento por zafarse y en la confusión de los cuerpos, logra tomar el arma de servicio de uno de los policías, disparando a los bultos, la golpiza lo tenía parcialmente ciego y escuchando solo de un oído. Fue necesario un tiro para desatar el desastre. Una de tantas, certera, dio en la cabeza de Marco, lo primero fue intenso, luego rojo, para difuminarse en un profundo negro.

Habían terminado las humillaciones, el abuso, la violencia. Todo había terminado, rápidamente levantaron los cuerpos, ambulancias, gente de blanco, jueces y peritos revisando los lugares, los pasajeros esperaron otros buses, muchos decidieron no viajar y el terminal sufrió una gran congestión por carros de servicio y las zonas clausuradas. En el lugar solo los expertos y autorizados, nadie más habla, nadie conoce la historia de Marco, a la mujer la llevaron rápidamente a Santiago, a una clínica cordillerana.

-¿El tipo tiene identificación?
-No señor, no porta identificación.
-Típico de delincuentes como estos, uno menos.
-Pobre señora, ojala este bien, no sé qué tipo de bestia es capaz de hacer algo como eso.
-El tipo de bestia que termina con una bala en la cabeza, malditos delincuentes, nacen para esto, habría que exterminarlos a todos- deteniéndose un momento sobre el cadáver –Desgraciado, estas bien muerto.
-Sí señor, está bien muerto.



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