domingo, 18 de diciembre de 2011

Memorias del Águila y el Jaguar de Isabel Allende



Alex Cold es un adolescente común y corriente, y su vida transcurre sin novedades, hasta que es enviado a vivir con su abuela mientras su madre enfrenta un duro tratamiento médico para el cáncer. Claro está, no se trata de cualquier abuela. Kate Cold es una reportera para el International Geographic, y su reencuentro con su nieto se convierte pronto en una expedición al Amazonas en búsqueda de las “bestias”, una versión tropical del Yeti. Al llegar a la selva, Alex traba amistad con Nadia Santos, una extraña niña que siempre anda acompañada de un mono, y que naturalmente posee la habilidad de hablar con los animales. Pronto, Alex y Nadia se ven involucrados en una conspiración de genocidio, y con una serie de eventos casi mágicos involucrando espí­ritus, criaturas milenarias y animales totémicos.
“La Ciudad de las Bestias” es el más aceptable de los libros de esta trilogí­a. Aunque impositiva en cuanto a sus ideologí­as, repleta de clichés y estereotipos, y con héroes un tanto desabridos, la historia involucra un par de sorpresas que resultan más o menos entretenidas.
“El Reino del Dragón de Oro” es mucho menos afortunado. En este caso, justo tras regresar a casa, primero habiendo utilizado los elementos adquiridos en la selva para beneficio de su madre, Alex se autoinvita a una nueva expedición de su abuela, en este caso, al Reino Prohibido, en el Himalaya, ahora con la intención de fotografiar a los Yetis originales. Kate aparentemente recibe muy buena paga, y es bastante dadivosa, pues invita a Nadia a acompañarlos en este viaje laboral. Su visita al Reino Prohibido se ve opacada por un tragicómico dúo, el “Coleccionista” y el “Especialista”, empecinados en hacerse de el legendario dragón de oro, una valiosa estatua con grandes poderes espirituales, y en la que Alex también está interesado porque contra el cáncer, un talismán mágico más nunca sobra. Alex y Nadia se topan directo con una conspiración de homicidio, y cruzan caminos con una raza de criaturas milenarias, espí­ritus, salvajes medio ineptos, un monje budista y su pupilo en la más pura tradición del “pequeño saltamonte”. En este caso, el personaje conspirador es bastante evidente desde el inicio. Los elementos y giros sorprendentes del primer libro son sobreexplotados en esta segunda entrega, con Nadia y Alex haciendo extensivo uso de sus animales totémicos y sus inexplicables habilidades para salir de apuros sin necesidad de usar dos neuronas.
Al llegar a “El Bosque de los Pigmeos” existe poco espacio para sorpresas. Repitiendo la misma fórmula, pero sin equivalentes africanos para el Yeti, Alex y Nadia se invitan a la nueva expedición de su abuela. Su safari en Africa se ve interrumpido por un misionero que los convence de ayudarle a internarse en plenos dominios de un ambicioso dictador y sus asistentes, un implacable militar y un temible hechicero. Nadia y Alex se ven pronto involucrados en una conspiración de explotación, y cruzan caminos con una tribu milenaria de pigmeos oprimidos, espí­ritus, y hechicerí­a. Claro está, a esta altura, Alex, Nadia y el lector mismo ya no se sorprende de ninguno de estos eventos. La transmutación, invisibilidad, telepatí­a, comunicación con los animales, son ya actividades tan naturales como respirar, así­ que los chicos no tienen ningún problema para enfrentarse contra estas adversidades. La identidad y verdadera naturaleza del villano de la historia es completamente predecible desde el primer capí­tulo. Y el final, en semejanza de una producción teatral de Broadway, arroja a todos los personajes habidos y por haber, junto con la mesa de la cocina y las tazas de té, apareciendo triunfalmente.



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